Holor a humedad y barro.
Soy hijo de Ceramista… Y siempre me he sentido orgulloso de serlo. Me acuerdo como de pequeño me encantaba decir que mi padre era pintor, me parecía algo especial, único.
Mi infancia, mi niñez, incluso parte de mi adolescencia la he vivido alrededor de ese taller y hoy, retomando reportajes pasados, vuelvo a sentir esas sensaciones.
Ese pequeño taller era un mundo en sí mismo, su olor a humedad y barro. El ruido de las cañas y el tintineo de los pinceles en los tarros de cristal solapaban el sonido de la voz de Carlos Herrera o Luis Del Olmo que nos acompañaban todas las mañanas en una viejísima radio de dial mecánico. Las tardes eran de música clásica. El pasar el tiempo bañando platos; Pegar tres dedos en la parte de atrás, sumergir contando…uno, dos… y sacar la pieza notando como el barro absorbía la humedad y fijaba el baño. Luego después repasar esa gotita seca en el bezo.
Escuchar a mi padre corregirme; “Marcos, hijo… redondea más esa pincelada en las nubes, y dale aguada…” parecía tan fácil.
Sí, soy hijo de ceramista.